Aníbal Troilo fue Pichuco. Pichuco, un nombre extraño que heredó antes de nacer. Pichuco un ser extraordinario, porque cuando nació, nació solo por la mitad. ¿Vaya a saberse que Hados, o qué deidades, allá por la Hélade, lo determinaron así? Quizás en Delfos se profetizó que nacería algún día un medio ser, y que sería medio muchos años. Un medio ser con pulmones de fueye, que inspiraban y exhalaban ese extraño oxigeno llamado amigos.
Y así debe haber sido como las Moiras lo habrán determinado: una tarde, un paseo, un Tango, un fueye, un Gordo... un café, una Zita... una Zita que también nació media, y que llegó del otro lado del charco sin saber bien cómo ni por qué.
Zita, la de hablar raro, armada en el Olimpo con la paciencia eterna, con el amor incondicional...
Zita, la diestra sobre el teclado... la madre, la esposa, la guardiana...
Pichuco, la zurda triste que cala... el Gordo bueno... la otra mitad.
Pichuco y Zita, dos medio seres extraordinarios, predestinados a Ser.
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Antropología Milonguera, Sebástian Aylebaz
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Framentos de “El Bandoneón Mayor de Buenos Aires” de Julián Centeya.
Esquina de Paraná y Lavalle. La convulsión de SADAIC ganó la calle. En el paradero de hombres grandes que está “casi” frente a la casa de Pichuco, llamamos por teléfono. Atiende Zita.
- ¿Está Aníbal?
- Está “Cicatrizando”.
Zita usa lenguaje propio. Para explicarse a Zita hay que decir que es inexplicable del todo.
- ¡Llamá después, que es nunca!
El departamento que ocupa Troilo – segundo piso – da a la calle. Están – pues lo vemos desde el mangrullo que hemos procurado – las dos persianas bajas. Zita nos dice:
- ¿¡No ves que están “los párpados” bajados!?
***
- ¿Dónde conociste a Aníbal?
- En el café “Germinal”. Había salido esa tarde con mi abuela Zafira a dar una vuelta por el centro. Pasamos por el café y el Gordo hamacaba un tango. Me paré. “Seguí, me dijo mi abuela”. Yo estaba clavada en la vereda, mirando sin ver, oyendo sin oír. Mi abuela agregó que para estar ahí, en la vereda, lo mejor era pasar, y pasamos. Lo demás fue todo lo que pasó. Al rato de estar frente a un par de pocillos de café, ya no los éramos dos – mi abuela y yo -, sino tres.
- ¿El Gordo?
- El Gordo.
- ¿Y…?
- Hubo un intercambio de… ratones.
***
Insistimos en una pregunta que ya se le formulara a Zita:
- ¿Cuándo fue que se conocieron?
- Esperá que hago memoria. ¡Ayer! Se iba destiñiendo el año 1938.
Y dice “ayer” porque su vínculo de amor con Aníbal no tiene medición de calencario. ¡Ayer… siempre… una vez… ahora…! Ese es el tiempo de la felicidad, buena como un trozo de pan blanco, que Zita comparte con Aníbal, y Aníbal divide con Zita.
***
Signado el año 1938 intentamos hablar con Zita y calificar aquel tiempo como la gran edad tanguera de Aníbal Troilo. Ubicamos su orquesta, la alta orquesta cadenera, que fue el asombro de la ciudad. Aparecen nombres. Establecemos un recuerdo para Orlando Goñi, que tenía los ojos de un país y hacia cuyo país fue “de zarpada” desde Montevideo. Estaba “Fiore”. Y era él; Troilo ¡con ganas!
Zita elude todo esto que comprende bien y estima profundamente. Prefiere hablar del otro Aníbal. Este Aníbal que le pertenece.
- ¿Cómo es el Gordo?
Y una sola palabra corta, forma su total respuesta:
- ¡Así!
Y explica – ¡como si hiciera falta! –que Aníbal es “así”. Con ese corazón que va regalando a cada paso, en gestos y en voces, en pequeñas y definitivas solidaridades.
- ¡Siempre será así! – dice- por así es como yo lo comprendo y acepto. Porque Dios me lo construyó de una sola manera, y es la inalterable. La única, merced a la cual él puede ser como es. ¡Tan parecido a su alma!
- ¿Feliz?
- Por supuesto. Inmensamente.
- ¿Podrías pedirte y pedirle algo más a la vida?
- ¡Para qué!
- ¿Qué sola palabra podrías encontrar para definir a Pichuco?
- ¡Pichuco! En su apodo está el hombre, el artista, y el niño. Tres dimensiones de un todo que revela sin el mayor esfuerzo y con la más cordial naturalidad.
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